domingo, 23 de febrero de 2014

Woody Allen - Interiores

El paroxismo de la enfermedad, enaltecerla hasta doblegarnos bajo su sombra. Como distanciarnos entre el sonido del mar, una ventana abierta, el universo ingresando por ella, pero solo ingresa para una mujer. Recuerdo a una pintura de Dalí, Muchacha en la ventana, Allen no se equivoca en dividir la pantalla en tres segmentos: el horizonte, el mar y la orilla. Son tres cosas fundamentales con la cual inicia este largo.

El horizonte
Eve, no quiere dejarse sola, no quiere presenciar la más profunda soledad, que el compañero de toda una vida se convierta en un disidente y se proclame náufrago, no lo acepta. El futuro se hace inmenso, los límites no hallan presencia aquí, y eso aterra, es una neurosis que nos hace voltear la vista, nos hace frágiles y enloquecemos tan tristes que la esperanza ya no es ese animal que tiene alas, si no, es ese animal que lleva guadaña.

El mar
La fuerza, la robusta fuerza de confiar en toda una generación que nos proclamará, los hijos. Tres: Renata, Flynm y Joey. La presencia del hombre es innecesaria cuando la entrega total decae sobre el esposo, Arthur. Cuando este falla, los vástagos masculinos que jamás nacieron también fallan. La decepción se hace más grande.

La orilla
Uno mismo se construye a través del recorrido lento y dispar de los pasos que se mezclan con la arena y los animales de sal. Uno se hace fuerte o se encoge y se anida bajo el sonido subterráneo del océano.

Ya se sabe de antemano que la muerte está rondando en todos los personajes, cada uno presencia su neurosis de forma egoísta, cada uno quiere obtener la suya, cada uno quiere enloquecer a su manera, pero nunca junto a la madre. Ella lleva una locura tan holgada que a uno lo hace insignificante, algo irremediable. Todos quieren enloquecer con la oportunidad de salir cuando ellos quieran.  Los arquetipos sobreexpuestos, el típico poeta con las barbas cimentadas y la botella de alcohol al alcance de toda una prosa que jamás puede adecuarse a la crítica. Es un largo, que solo se basa en Renata y Eve, dos especies de féminas que se extinguen sin poder llegar a unificarse con el prójimo. Son autónomas, pero ellas lo dudan, es una pequeña maldición que la Deus ex machina llamado Woody les impone. El bien y el mal, algo irremediable para la religión cinematográfica de este director judío que nos entrega a la muerte tan contradictoria como la atmósfera marina, húmeda y femenina.