domingo, 24 de agosto de 2014

La danza de la realidad / Alejandro jodorowsky

La iniciación: sobre los maderos del desierto y el dinero, o preferiríamos decirlo ¿Simplemente encierro? Jodorowsky, parte desde la perspectiva del manifiesto, del verbo y el discurso proliferando con un aliento mercantil, el dinero como una especie de rigurosidad en movimiento. Si se estanca muere, si te estancas mueres. Pero el dinero, señor Jodorowsky, no puede alimentar nuestras ojos vacíos, no puede saciar nuestra necesidad de incendiar el mundo. No importa. No olvidemos que todo acto es simbólico, y en especial todas las secuencias que nos entrega este director chileno, una especie de enigmático juego de símbolos que le sirven para terminar con las sombras colosales de su infancia.

La lepra como símbolo de muerte y marginalidad, el ritual y la esperanza en coordinación con los astros y de la noche, de las heridas, las cicatrices, el destierro. Solo en la muerte se halla la verdadera riqueza. Pero el miedo, siempre es un lastre. Todos los animales se han perfeccionado en perseguir y exterminar esta plaga de instinto mediocre humano, el miedo. Los filisteos y demás desertores han encendido todas las hogueras. Los judíos y su irremediable voz apagada guardan en secreto todos las claves de la kabala. 

Retar el mar es otra de las variantes del instinto humano, mirar frente a frente a todas las catástrofes. Despertar, implorar, aclamar. Una sola piedra puede hacernos naufragar. Pero recordemos que todo es simbólicos, Freud estaría atento a cada uno de los intentos de no atreverse a asumir marica. Un Jodorowsky niño con la inseguridad de su sexualidad, un padre heredero de los crímenes estalinistas. Un niño perdido, las ideologías no alimentan el espíritu, las contaminan, las hacen grises, hacen perder nuestra seguridad e ingenuidad. Y siempre nos vemos crucificados, entre la violencia de las aves o el temblor de los peces. Siempre crucificados. Crucificados y amándonos de forma irremediable, amándonos con o sin temor, amándonos, crucificados y amando que es lo que más importa. 

Somos amantes, hijos y padres de nuestras madres. Los complejos edípicos, son siempre una forma de despedirnos de toda nuestra infancia. 

Hombres con muñones, desesperados sin ninguna carretera construida para sus destinos. Ellos igual retan toda religión, quieren más pólvora y miseria sobre sus espaldas, sobre los homúnculos que lucen desesperados entre sus axilas y pechos convulsionados de tanta injuria, son los hijos de Dios, de todos los dioses. Los que aún quieren ver, de forma triste e irremediable,quieren correr, pero solo les alcanza para rogar miseria y gatear sobre la sombra del mundo. 

El inquisidor siempre es el lado paterno de la historia, el que demuestra que la muerte solo es espanto y desolación, una señora vieja canosa y delgada, anémica enfermiza con olor a mierda. Mucha mierda. Si no, recordemos a Jaime, el padre de Alejandro, forzando a asumir, que la muerte no existe, no importa el territorio por el que aún transita su hijo, la infancia. Él es el padre el neuvo dios que debe obedecer, ellos no existen, solo yo, solo tu padre,solo Dios, parece escucharse del eco fétido de su boca. Después de la muerte, uno solo halla putrefacción, olvido y lástima, por eso no existe. No debemos entregarnos a ideas que nos hagan padecer más de lo que en vida lo hicimos. Es un padre honesto, pero vulgar, no respeta la geometría de la inocencia, los ángulos y números de la infancia que nos hacen creer en estrellas y no en ángeles, en árboles y no en ruinas, en aves y no en pólvora. 

Una madre solo reconoce al hijo por sus cabellos, por el olor transgénero de su personalidad. Aún no poseen el derecho de ser sexo. Los niños irremediablemente, extintos en el esplendor de la época se niegan a asumir un rol sexual en esta sociedad. El sistema, termina asumiéndose noche y lo abarca todo. Recordemos al niño Alejandro, cuando se anticipa e intuye que la oscuridad se lo está tragando todo, absolutamente todo, pero esa noche viene en la imagen de su madre. Dueña de su destino, dueña de la miseria y gloria de sus pecados, dueña del ejército de todos los miedos y miserias del espíritu. 


miércoles, 30 de julio de 2014

Carlos Mayolo / Luis Ospina - Agarrando Pueblo


Es extraño permanecer o ser dueño de un síntoma obsesivo, como la necesidad de escribir inmediatamente líneas torrenciales. Es curioso, porque aún no veo la película y, sin embargo, quiero iniciar hablando de ella o escribir sobre ella. Agarrando Pueblo, porno miseria, Cali, realismo mágico, McOndo, Ciudad Solar, el Cine Club de Cali y Caliwood, son los puntos desordenados que transitan por mi cabeza. A Johanna, la conocí gracias a un poco de jager y Andrés Caicedo. El último sábado charlamos pasada las dos de la madrugada, la marihuana ayudó. Le gusta bailar, a mí también, aunque no lo sepa. Johanna, lleva las piernas de María Carmen Huerta y sé que aún la infancia habita en sus ojos, se abstiene de crecer.
Johanna, huele a Bob a Dylan, a armónica y cigarrillos Winston, ella fue la que me habló de Ospina, antes no le presté la atención necesaria a Luis Ospina y todo Caliwood, o tal vez su forma de fabular fue la que me trajo aquí, a encender el computador y abrir más de ocho pestañas como resultado de la búsqueda de Luis Ospina.
Ahora que el largo ya terminó, siento que es agobiante enfrentarse a cosas en donde uno transita por vez primera. Pero este falso documental un tanto corto pero certero,  demuestra la poca decencia y la dramatización de lo marginal como crítica a los contemporáneos de su época. La banalización del registro absurdo de un Calí subterráneo, demacrado por la resaca de los poderes sociales.
Mendigos, taxistas, locos, camines o chicos de la calle y claro; brillando por su ausencia, las prostitutas que los directores buscaban tan ansiosamente. 
La miseria siempre acompañada de un poco de cocaína, hacen de la decadencia humana un símbolo que gira en toda la película. La cultura de la miseria, como paradójicamente cita uno de los directores, tratando de encontrar el ángulo preciso donde pueda enfocar más toda esa marginalidad que es el símbolo de toda la pseudo película que quieren obtener. 
Como corolario, ellos son la esperanza, ellos llevarán el mensaje, ellos los salvarán de la miseria, pero siempre la locura se presenta de forma indecente. Ella te hace muecas y gestos, te grita frente la cámara, te desestabiliza, te pone en aprietos, se limpia el culo con tu dinero, no le importan tus intenciones de cinemaltruismo. La locura que no le importa el cine, solo abre los ojos brazos y los ojos y te dice bienvenido a la vida, bienvenido a la miseria. 



martes, 25 de marzo de 2014

Vivir su vida - Jean-Luc Godard

Nana Klein Frankenheim, irremediablemente podríamos afirmar que el infierno se hizo carne y el destino se fracturó en los vértices del origen de sus ojos. Hace más de una temporada que resumía entre imágenes la presencia de esta película, Vivir su vida. Godard es un prestidigitador de la fotografía, de las secuencias de imágenes, de jugar con ese ambar negro y blanco, de ser primerizo y catalogarse en contraste. De construirse de tan solo dos colores y demostrarnos que no estamos hechos de imagen y semejanza a Dios, no. Nosotros como simples sombras, hemos fracturado nuestro lenguaje por inhalar el humo más pesado, y encontrar la palabra necesaria que nos conduzca a Nana, queremos un  poco del barro de sus labios, de las navajas de sus cabellos, de la fruta de sus piernas y esos agujeros negros que hermandados nos dirigen la palabra, sus ojos. 
El azar no podría juzgar de manera exacta ¿como la tempestad primero fue niña y luego furiosa se encuentra hecha mujer? Dividida en doce actos, doce arcanos o capítulos que se extienden como un malabarista sobre el universo. Pero abajo, muy abajo tratando de encontrar algún dios, observamos a Juana de Arco, que carga una cruz tan pesada como evitar que la violencia haga temblar los labios de Nana. 
Cada uno juega con las barajas que su estrella le dispone, no se habla en pasado, se siente en futuro, pero se comprende en presente. No se pueda evadir la responsabilidad.

-¿Es una mujer de mundo o cursi?
-Insúltala. Si es una cursi, se enfadará. Si es una mujer de mundo sonreirá.
se va degenerando

Y todos los hijos de Hades podrían decir solo colores oscuros como Nana, un color pretérito a todos los tiempos; o colores antiguos como Dimitri, diorama de la resurrección de algún cuervo de Poe.


domingo, 2 de marzo de 2014

Los secretos de Harry - Woody Allen

No soy un partidario del cine que hace Woody, pero no puedo negar que esta ha sido una de sus películas con las que he reído un tanto más extenso. Dios, esposas, hipocondriaco, prostitutas, pastillas, alcohol, y claro, una ligera venganza contra la literatura. Woody quiso ser escritor, novelista trágico o de comedias, da igual, él quería escribir, pero no pudo, todos queremos muchas cosas, algunas llegan, otras no. En la búsqueda de nuestra bandera siempre terminamos recorriendo otro camino, sucedió con Woody, se hizo cineasta, y lo hizo bien. La literatura era un animal lúcido, no oligofrénico. Y Woody lo sabe bien, le teme a los seres que pretenden la perfección, que tratan de emular a la oquedad y anudarse oblicuamente mirando a todos los puntos cardinales. La literatura es un caso perdido para Woody, desde un inicio supo que era esa madre que lo castro de una etapa oral, lo castro del génesis de los placeres. La necesidad de la congoja y el amamantamiento. Woody, sabe que no hay literatura sin madre, que este no es capaz de construir una, por eso se entrega al nihilismo, a ser un náufrago y amar las constelaciones del mar, todas las estrellas del mar. Woody, al igual que Harry no puede entregarse completamente, necesita un cable a tierra a la tierra de sus propios principios, otro territorio flotando en las coordenadas del subterráneo tecleo de tu remington. El pequeño Woody y su inocente búsqueda de amar, o de errar, tan contemporáneo como todas las enfermedades venéreas adaptándose a él. En esta película actúa Woody en todos los papeles, es el niño sin padre, la prostituta con misericordia sobre los desdichados, la hermana que se siente atraída por su cuñado, el judío compulsivo, el miedo a la enfermedad, la angustia con todos sus principios, el maquinador y maquinado, y sobre todo el dios que se asemeja hombre y termina niño.

domingo, 23 de febrero de 2014

Woody Allen - Interiores

El paroxismo de la enfermedad, enaltecerla hasta doblegarnos bajo su sombra. Como distanciarnos entre el sonido del mar, una ventana abierta, el universo ingresando por ella, pero solo ingresa para una mujer. Recuerdo a una pintura de Dalí, Muchacha en la ventana, Allen no se equivoca en dividir la pantalla en tres segmentos: el horizonte, el mar y la orilla. Son tres cosas fundamentales con la cual inicia este largo.

El horizonte
Eve, no quiere dejarse sola, no quiere presenciar la más profunda soledad, que el compañero de toda una vida se convierta en un disidente y se proclame náufrago, no lo acepta. El futuro se hace inmenso, los límites no hallan presencia aquí, y eso aterra, es una neurosis que nos hace voltear la vista, nos hace frágiles y enloquecemos tan tristes que la esperanza ya no es ese animal que tiene alas, si no, es ese animal que lleva guadaña.

El mar
La fuerza, la robusta fuerza de confiar en toda una generación que nos proclamará, los hijos. Tres: Renata, Flynm y Joey. La presencia del hombre es innecesaria cuando la entrega total decae sobre el esposo, Arthur. Cuando este falla, los vástagos masculinos que jamás nacieron también fallan. La decepción se hace más grande.

La orilla
Uno mismo se construye a través del recorrido lento y dispar de los pasos que se mezclan con la arena y los animales de sal. Uno se hace fuerte o se encoge y se anida bajo el sonido subterráneo del océano.

Ya se sabe de antemano que la muerte está rondando en todos los personajes, cada uno presencia su neurosis de forma egoísta, cada uno quiere obtener la suya, cada uno quiere enloquecer a su manera, pero nunca junto a la madre. Ella lleva una locura tan holgada que a uno lo hace insignificante, algo irremediable. Todos quieren enloquecer con la oportunidad de salir cuando ellos quieran.  Los arquetipos sobreexpuestos, el típico poeta con las barbas cimentadas y la botella de alcohol al alcance de toda una prosa que jamás puede adecuarse a la crítica. Es un largo, que solo se basa en Renata y Eve, dos especies de féminas que se extinguen sin poder llegar a unificarse con el prójimo. Son autónomas, pero ellas lo dudan, es una pequeña maldición que la Deus ex machina llamado Woody les impone. El bien y el mal, algo irremediable para la religión cinematográfica de este director judío que nos entrega a la muerte tan contradictoria como la atmósfera marina, húmeda y femenina.

miércoles, 29 de enero de 2014

Nicole Kasell - El leñador

Hermetismo y un apagón extenso, es lo que podría ser Walter. Un tío encerrado en si, que se rehúsa en manifestar completa y fragmentariamente algún síntoma de emoción, o en la construcción de algún sentimiento. No quiere abrir ninguna puerta que deje atisbar alguna presencia que lo haga vulnerable con lo anterior, lo ya transitado. Pero toda puerta sellada, tiene una llave, si quiere ser puerta. Y esta llave es Vickie, compañera de trabajo de Walter, que extrañamente coinciden en una especie de maderera. Casos extraños, que uno siente como encuentros no fortuitos, Cortázar no le daría el res(des)pectivo like. Aún no llama Marcela, hoy teníamos que vernos antes del almuerzo, no me gusta esperar, pero esta película aterra mucho más a mi ansiedad. Walter, es el típico tío saturado, bombardeado por una serie de ideas que lo arrinconan a asumir forzadamente el rol de un ser monstruoso, de ser y padecer el rótulo de una persona con aproximaciones de violentar la infancia de otro. Por lo menos la película de forma forzada quiere hacer creer eso, yo no fui participe de todo ese señalamiento, de apuntar solo con el dedo, de escupir al otro. No. Comentaba de Vickie, una especie de cerrajera que comprende el recorrido de demencial de encerrarse y autoseñalarse, de asumir cuando uno no se siente, la confusión y el temor son erinias, princesas oscuras repletas de tempestades. Pero suministra un punto extra para poder descifrar el código del encierro. Una planta, ¿pero por qué una hiedra? Ellas no necesitan de luz, como Walter, no necesita de la sociedad para sobrevivir, o bueno, si. Pero de manera sostenible, de manera decadente, poca, exiliándose cuando él quiera. Las hiedras también, la construcción de un lugar sin sombras puede ser lo más parecido al encierro para estas plantas agresivas y algo violentas, en el tránsito de su supervivencia. Walter sabe bien que quiere escapar de toda esa idea, de todas esas voces que la sociedad le ha construido en reemplazo de una celda. A veces, y este es el caso, uno debe preferir el encierro físico y no el restante. Las voces con todo esa herrumbre fuerte que nos abraza, nos hacen más insoportable cualquier infierno. Lucía, nunca llamó, en reemplazo, tocaron la puerta, corro a abrir, alguien sube por las escaleras, debo de salir. Pero antes recuerdo a Robin, la pequeña de casi 12 años, que en un intento de irreverencia quería ya sostener, contemplar los doce años. De escapar de toda esa ingenuidad de once años, no quería huir más, quería ser fuerte, ella pensaba que el tiempo hacía a uno más fuerte, craso error. El tiempo a uno lo endurece, sí, pero también lo hace cobarde, mediocre, resignado. La sociedad sabe mucho de estos principios. Robin, también es amiga de los pájaros, ha encontrado en ellos la protección contra el tiempo.


martes, 14 de enero de 2014

Nicólas Rojas - Esperar

He caído, no tan casualmente, en algunas películas, cortos chilenas. Al principio esa entonación de tildar siempre las últimas sílabas se me hacía compleja de entender. Mi proceso es lento, pero me estoy acostumbrando, tanto que cuando ahora escribo esto, hablo en voz alta, con cierta entonación mapuche. Hoy me enteré que Pixies viene a Perú, no tiene nada que ver, pero afecta de alguna forma todo lo que pueda percibir. Le dije a Julie las nuevas, pero ni se inmutó, me mandó a rodar. Yo pensé que aún volveríamos no formalmente, pero no, me equivoqué. Recuerdo que con Julie fuimos el año pasado a un festival digital, era las primera veces que escuchaba algo de Fuguet. Hurgando por la red uno se topa con que armó la autobiografía de Caicedo, uno se topa siempre con esa gran hermandad que posee de literatura y el cine. El año pasado por casualidades del destino recibí un libro de regalo, es uno de esos regalos que no tienes que forzar para sentir que te gustó. Cinépata de Fuguet, no sé como, pero la elección de catLina, fue precisa. El libro me gustó y no me lo esperaba, que fue mejor. Por razones no azarosas llegué a la web del mismo Fuguet, también con el mismo nombre, y hurgando uno se topa con esas cintas, aunque ahora deberíamos llamarle digitales chilenos, que sabemos que nunca llegarán a este extremo de sudamérica. Aunque no tiene una producción Hollywoodense, respeto mucho los guiones y los lugares donde transita la historia.

Desayunar cervezas o café helado, no soy partidario de ninguna de ellas, pero siempre que van con el paroxismo de la soledad, es que los problemas nunca están afuera, sino dentro. Y Nicólas con toda esa población en su cabeza, trata de alejarse de cualquier elección, no quiere elegir. ¿Quien demonios quiere elegir, cuando puede tomar todas las opciones? Recuerdo  a Julie, a algo así como Paulina. Pero Julie no está solo en mi cabeza, podría verla, decirle algo, pero no. Decirle por ejemplo que regrese con su novio, o algo similar que Nicólas, pero esto no es un corto de ficción, es un largo realista, un sucio largo realista urbano. La soledad como enfermedad, podría ser uno de los temas en el cual gira todo el corto, pero no soy quien para establecerlo así, diremos que solo es uno de los tantos temas. Nicólas no es que no quiera perder a Paulina, no. En realidad no quiere perderse a si mismo, quiere conservar todos su complejos, sus prejuicios, de permanecer callado cuando no es debido, de enfermer tímida e individualmente. Pero hay otro temor que lo perturba, no quiere habitarse completamente, no quiere espiar cada esquina de sus sombras, no quiere encontrarse. Tal vez nunca lo haga, no lo sé. Solo cierra la puerta y yo, salgo a buscar a Julie. 


sábado, 11 de enero de 2014

Martin Scorsese - Buenos Muchachos

Migraña y hambre, es lo peor que uno puede reunir a la hora de despertar, después de estar todo el día fumando en el cuarto en donde vivo ya hace no menos de un mes. Dormir, drogarse, comer y cagar: son actos instintivos de una pequeña vida desahuciada. Lo peor es que ni si quiera puedo empezar bien todo esto, hoy no va. La resaca de la hierba es una ociosidad demasiado ostentosa, que a veces no me gusta pagarla, creo que a nadie. Pero hablemos de otras cosas, por ejemplo: existen muchos tipos de suicidios, algunos eligen 33 pastillas de seconal otros ser prisioneros trabajólicos; unos eligen velocidad, violencia; otros, el trágico martirio de extender y jugarse con el tiempo. Al final, todos terminan ante la misma puerta, la soledad y la muerte, como en Buenos Muchachos de Scorsese. Uno termina aterrado de esta idea de confianza, producto de la complicidad facinerosa.  No existen buenos amigos cuando la distancia es mucho dinero, y si ese dinero es robado, peor aún. Hacen que uno termine escondiéndose bajo las faldas de la muerte, un lugar frío pero supuestamente seguro. Tal vez creamos que en la oscuridad podamos a llegar mimetizarnos tanto que no podríamos ni reconocernos. Muerte tras muerte, uno va sintiendo que en algún momento inicia la guerra entre familias, pero no. Scorsese en vez de eso nos introduce drogas, sí, más drogas, cocaína mucha cocaína. Es el camino más rápido, el by pass para llegar de prisa a una función de la comedia de la muerte. Si no te matan por ella, ella te mata. O te matan o te matan, algo sencillo que cualquiera puede entenderlo. Y Travis, perdón Robert de Niro, algo cansado pero siempre estudiando la situación, el semblante de algún trastorno postguerra han hecho de este personaje todo un arquetipo del cine. Al final, Robert, termina recurriendo a la única ley que todos entienden, si no te llego a matar, ta vez tú me puedas matar, y uno debe entender que a uno no le gusta asumir riesgos. O terminas  de ver la película o no, terminé de ver la película, y creo que Clemenza está algo disgustado, no le gustó ese acento italiano que tan poco sentía uno. Lo apoyo. Ha cogido sus dos pistolas, salió sin despedirse. Voy tras él. 

martes, 7 de enero de 2014

Robert Bresson - Pickpocket

El mejor carterista de Nápoles, y porque no del mundo, es Angelo. un italiano con voz ronca y siempre con el rictus preconfigurado para que su persona no sea sospecha de hurto. Ahora, mientras escribo esto, no puedo encender un cigarillo de hierba, hay mucha gente, demasiada. Griterío, muchedumbre, caterva, absurdo es lo que transita alrededor. Me perturba algo, pero se disimula gracias a los auriculares. Los ladrones, criminales a sueldo individual. Hurgan por necesidad, sea cual sea, tratan de justificarse transformado el crimen como una forma de arte. Hasta algunos se sienten orgullosos de estar perseguidos por el sistema, ojo, me refiero a estos prestidigitadores de carteras, que sigilosamente nos presentan una obra de teatro casi improvisada, al protagonista ellos siempre lo eligen. Ellos asumen el papel secundario, es como si una partitura fuera representada en el más estricto orden. Podrían ser fácilmente una orquesta o banda de jazz, podrían asumir cualquiera de las dos. Pero en la película esto no importa, el protagonista Michel, es la representación clara de un tipo que viene con la imagen autoritaria de Kafka, la habitación que pareciera que nunca la deja cerrada. Mientras veía la película imaginaba y sentenciaba de que lo más ético para un gran ladrón era que no tenga nada. Sí, no poseía nada, todo era tránsito en él. Hasta la habitación no le pertenecía, por eso dejaba la puerta sin asegurar o algo parecido. Era un errante las 24 horas de su vida. No podía pertenecer a algún lugar, o algo. En el peor de los casos los grandes ladrones no permitirían ser presas de los bajos sentimientos del amor y sus otras glorias, o miserias, da lo mismo. Michel deja siempre la puerta abierta, pero nunca olvida cerrar cada puerta de sí mismo. No nos deja ingresar, nos cierra hasta las ventanas. Es un muro, y en su  potestad puede trasladar los muros cuando el quiera. Se amuralla, se atrinchera y no nos deja ver nada, ni mierda. Eso lo hace no estar solo sino, lo hace solo. Se reinventa, se construye para ser y sentirse solo o miserable, tal vez no. Pero es un ladrón, y ellos, ingenuamente mantienen la inocencia de que obtendrán el perdón. Pero no, solo los espera las cárceles húmedas y policías post modernos y andropaúsicos, viejos calamitosos y miserables, compañeros de celda, aunque los divida la reja. Me olvidaba de Jeanne, pareciera que Michel podría enamorarse en algún momento de ella, pero no. Ella también pasa desapercibida para él. Se siente suficiente con toda su soledad poblada.


lunes, 6 de enero de 2014

Olivier Assayas - Quartier des Enfants Rouges



Estos últimos días no puedo dormir, tal vez sufra de insomnio o lo disfrute, no es el caso. Toda esta semana me he acostumbrado a fumar hierba antes de ver cualquier película. Me concentro más, es mejor que las pastillas o, mejor dicho, mejor que el ritalin. Prosigo con el corto, que es una historia no tan extraña para mí, Assayas, siempre correspondiendo el fastuoso mundo de los dealers y sus accesitarios. Ninguna personaje tiene nombre alguno, o eso es lo que recuerdo, porque es un corto de aquellos que te quedas con la estructura del personaje no con los nombres o con la cara del que lo interpreta. Una serie de actores anónimos reinterpretando un corto que ya lo viste, fuera del cine, claro. La típica historia del camello y la chica a la cual le suministra droga. La acabo de ver esta mañana con Valentina, todas las vacaciones se ha obstinado a llegar con nombres de películas o tan solo el nombre de los que las dirigen. Hoy mencionó a Olivier Assayas, antes me hablaba algo de drogas, escenas corporales(sexuales), rock y otras cosas que no recuerdo. Le atinó, hasta ahora, en lo primero. Va bien, me gustó. Tiene buenos gustos, por lo menos hasta ahora no llego a agitar mi cabeza horizontalmente. Iniciamos la búsqueda por la red, y me topo con un enlace de IMDB. Una página sobre cine. La página está en inglés, me cagaron con el idioma, pero puedo entender algunas cosas, lo importante, creo. Buscamos y tenía que salir, así que podríamos decir que la cosa llegó exacta. Quartier des Enfants Rouges, fue algo extraño, porque ya había visto Paris, je t'aime, pero no me había percatado hasta ahora la historia. Es algo casi extraño, o para nada extraño, en tiempos donde la mayoría de personas buscan ser escuchada, hablar, compartir. Y que mejor que una persona conozca la misma droga que a ti te gusta. Claro para algunos la televisión, para otros las cervezas de fin de semana, las pastillas para dormir, o la comida rápida de mierda que se nos presenta siempre irresistible. Sí, encontrar a una persona con los mismos fines, no tan semejantes pero como enlace siempre queda la misma droga, me parece bien, precisa, corta y dice mucho. Uno puede llegar a elaborar sentimientos hacia otra persona, siempre y cuando nos provea de lo que queremos. Por más perturbante que parezca es precisa para esta generación egoísta, y pseudo altruista. Al final todo es para construir mas grande nuestro ego, generación ingenua e ilusoria. El final es precisa, tal y como todo director debe apuntar, a no entregarnos lo que esperábamos. Por instinto siempre deseamos lo mejor, cuando una película es buena. ¿Por qué? pues nos introducimos en algunos de los personajes y queremos que termine bien, porque así nosotros también terminaremos bien, no queremos el mal, nos afectaría irremediablemente. Pues sí, el final me hace recordar que la vida es asi: amarga, casual, divertida, suicida, sucia, cómica y violenta. Sí.