domingo, 2 de marzo de 2014

Los secretos de Harry - Woody Allen

No soy un partidario del cine que hace Woody, pero no puedo negar que esta ha sido una de sus películas con las que he reído un tanto más extenso. Dios, esposas, hipocondriaco, prostitutas, pastillas, alcohol, y claro, una ligera venganza contra la literatura. Woody quiso ser escritor, novelista trágico o de comedias, da igual, él quería escribir, pero no pudo, todos queremos muchas cosas, algunas llegan, otras no. En la búsqueda de nuestra bandera siempre terminamos recorriendo otro camino, sucedió con Woody, se hizo cineasta, y lo hizo bien. La literatura era un animal lúcido, no oligofrénico. Y Woody lo sabe bien, le teme a los seres que pretenden la perfección, que tratan de emular a la oquedad y anudarse oblicuamente mirando a todos los puntos cardinales. La literatura es un caso perdido para Woody, desde un inicio supo que era esa madre que lo castro de una etapa oral, lo castro del génesis de los placeres. La necesidad de la congoja y el amamantamiento. Woody, sabe que no hay literatura sin madre, que este no es capaz de construir una, por eso se entrega al nihilismo, a ser un náufrago y amar las constelaciones del mar, todas las estrellas del mar. Woody, al igual que Harry no puede entregarse completamente, necesita un cable a tierra a la tierra de sus propios principios, otro territorio flotando en las coordenadas del subterráneo tecleo de tu remington. El pequeño Woody y su inocente búsqueda de amar, o de errar, tan contemporáneo como todas las enfermedades venéreas adaptándose a él. En esta película actúa Woody en todos los papeles, es el niño sin padre, la prostituta con misericordia sobre los desdichados, la hermana que se siente atraída por su cuñado, el judío compulsivo, el miedo a la enfermedad, la angustia con todos sus principios, el maquinador y maquinado, y sobre todo el dios que se asemeja hombre y termina niño.

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